El anciano que hacía florecer los árboles
Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo de Japón, vivían una pareja de ancianos. Eran muy pobres, no habían llegado a tener hijos y vivían con la única compañía de su perro, Shiro, al que habían rescatado tiempo atrás de los maltratos de su vecino.
Cierto día, Shiro se puso a ladrar y a remover la tierra:
"¡Guau, guau! ¡Cava aquí!", parecía decir.
"¿Quieres que cave aquí?", dijo el anciano. "Está bien, voy a cavar"
Y al cavar donde le indicaba el perro, el anciano se sorprendió mucho al ver que en el suelo había enterrada una gran cantidad de monedas de oro.
Pero su malvado y avaricioso vecino también vio esto, e inmediatamente dijo:
"¡Yo también quiero que el perro me diga dónde tengo que cavar para encontrarme un montón de monedas de oro! ¡Dámelo ahora mismo!"
Y, llevándose a la fuerza al perro, hizo que cavara también en su jardín. Pero, por más que cavaba donde le indicaba Shiro, el avaricioso vecino no lograba encontrar más que huesos y desperdicios malolientes, lo que le enfureció de tal manera que mató al pobre perro a golpes.
Los ancianos se entristecieron mucho por la pérdida de Shiro. Lo enterraron en su jardín y señalaron el lugar de la tumba con una vara. Pero a la mañana siguiente, al ir a visitar la tumba, se encontraron con que la vara se había convertido en un enorme árbol.
Los ancianos, utilizando madera de ese árbol, fabricaron un mortero para preparar mochis. Y para su sorpresa, descubrieron que del interior de todos los mochis que hacían con ese mortero salían más monedas de oro y diversos tesoros y joyas.
De nuevo, el vecino avaricioso les arrebató el mortero para enriquecerse él también, pero al descubrir que de los mochis que él preparaba no salían tesoros, sino desperdicios, en otro arranque de ira quemó el mortero hasta dejarlo reducido a cenizas.
En ese momento, una fuerte ráfaga de viento esparció esas cenizas hacia un árbol cercano que llevaba tiempo completamente seco y muerto, y mágicamente, de las ramas de ese árbol empezaron a brotar bellas flores.
Justamente entonces, por casualidad, pasó por el lugar el señor feudal que gobernaba la región, y se quedó maravillado al observar con sus propios ojos cómo brotaban aquellas hermosísimas flores. Y le gustaron tanto, que dedició recompensar generosamente a los ancianos.
El vecino avaricioso entonces dijo, indignado:
"¿Por qué das dinero a estos? He sido yo el que ha hecho brotar esas flores, es a mí al que tienes que recompensar. ¡Mira!".
Y diciendo esto, tomó un puñado de ceniza en sus manos y la arrojó contra las ramas del árbol. Pero no sólo no brotó flor alguna, sino que la ceniza fue a parar a la cabeza y los ojos del señor feudal.
Inmediatamente sus sirvientes se lanzaron a por el vecino avaricioso y le dieron una paliza. El hombre fue encarcelado y los ancianos vivieron felices el resto de sus días.
Versión en japonés >> aquí <<.
Notas
Este cuento fue recopilado por el escritor inglés Algernon Freeman-Mitford en su libro Tales from Old Japan.
En japonés, las palabras おじいさん ojiisan y おばあさ obaasan significan literalmente "abuelo" y "abuela", pero se pueden emplar también con el significado de "anciano" y "anciana".
Igualmente, おじさん ojisan significa "tío", pero puede traducirse también como "señor".
En japonés, las palabras おじいさん ojiisan y おばあさ obaasan significan literalmente "abuelo" y "abuela", pero se pueden emplar también con el significado de "anciano" y "anciana".
Igualmente, おじさん ojisan significa "tío", pero puede traducirse también como "señor".
Imagen procedente de Una japonesa en Japón.