Lo dije en su momento, ¿verdad que sí? Ya dejé bien claro algo que sabíais todos que inevitablemente ocurriría cuando por fin fuera a Japón: que iría a visitar el museo Ghibli, sí o sí. Y que ese día ya tenía fecha concreta, y que sería el domingo 4 de agosto de 2013.
Y ese día llegó, tal como estaba previsto. Aquel domingo por la mañana Semilau y yo nos levantamos prontito, salimos del hotel y nos pusimos en marcha, dispuestos a conocer por fin aquel lugar tan especial y disfrutar por unas horas de la magia de Totoro y compañía.
El Museo d'Arte Ghibli se encuentra situado junto al parque Inokashira, en la localidad de Mitaka (Tokio). Se llega hasta allí tras un viaje en la línea Yamanote-sen hasta la estación de Shinjuku, donde se trasborda a otro tren de la JR que es el que tiene parada en Mitaka. Por cierto, estoy seguro de que durante el trayecto debí de comprobar varias veces si tenía a mano las entradas (creedme, nunca me habría perdonado habérmelas dejado en el hotel, y una ocasión como esta es muy difícil que se volviera a presentar)...
Nada más bajar del tren en Mitaka y salir de la estación, no se tarda mucho en encontrar la parada del autobús que lleva hasta al museo, y en cuanto se descubre la cola de ilusionados críos con sus padres, y de visitantes no tan críos, es imposible reprimir una sonrisa. Y menos aún cuando compras los tickets y al cabo de un breve rato ves aparecer ese autobús de un llamativo color amarillo canario decorado con motivos "ghiblianos", que en unos pocos minutos nos deja, por fin, en la entrada del museo, cuyo edificio, por cierto, visto desde fuera es una auténtica preciosidad. Y ya desde el primer instante nos vemos inmersos en un ambiente muy especial, formando parte durante un par de horas de ese mágico mundo salido de la imaginación de Hayao Miyazaki y sus colegas. Un mundo que, para que pueda ser disfrutado en toda su plenitud y quede perpetuado más eficazmente en nuestra memoria, no puede ser inmortalizado en fotografías, tal como se indica en el folleto informativo que el personal del museo (de una cortesía y trato exquisitos en todo momento) nos dan a la entrada. Por fortuna, sí se pueden sacar fotos en las zonas del museo que están al aire libre, pero no en el interior... aunque tuvimos ocasión de comprobar que siempre hay algún listillo que se las apaña para sacar fotos e incluso grabar vídeo sin que le descubran...
El autobús Ghibli y los tickets de ida y vuelta
Acceso de entrada y vista parcial del edificio del museo
Cartel en la entrada recordando la prohibición de sacar fotos y vídeo en el interior del museo
Una vez dentro del museo el recorrido es completamente libre, uno puede moverse y recorrer las distintas estancias y secciones con toda libertad, sin tener que seguir un itinerario fijo, así que el orden en que se quiera hacer la visita queda a la voluntad o criterio de cada uno. Nosotros estuvimos mirando primero las exposiciones de la planta inferior, luego entramos a ver el cortometraje (nos tocó Kujiratori) y a continuación subimos a la segunda planta, donde está la tienda y el Gatobús gigante, saliendo también al jardín de la azotea y haciéndonos la foto de rigor junto al Soldado Robot gigante. Y por supuesto, no faltó una larga visita a la tienda de recuerdos, que estaba hasta los topes y la cual os aseguro que, si hubiera podido, habría vaciado a conciencia... tantas cosas eran las que había allí que me habría traido conmigo aunque hubiera tenido que fletar un carguero para ello. Lo mismo puedo decir de la librería, por cierto, que está llena de pequeñas e inimaginables maravillas con las que un buen aficionado al cine de Ghibli disfrutará como nunca.
¡Totoro!
El Soldado Robot de la película Laputa: el castillo en el cielo, a escala real
El panel de control de la isla flotante (con añadido de pie semiélfico xD)
Si la princesa Nausicaa bebiera cerveza... ¡esta sería su marca favorita, sin duda!
¡Los Susuwataris te vigilan!
Como recuerdos de allí me traje un anime-cómic de la película de Totoro, otro del cortometraje Ghiblies Episode 2 (que nunca llegó a verse en España), y varios llaveritos y colgantes para regalar, que ya han llegado a sus respectivos destinos. Y por supuesto, unos recuerdos imborrables y una experiencia única, aún siendo del todo cierto eso que me dijeron en su día, que la visita en realidad es muy breve y puede llegar a saber a poco. Así es, en efecto, pero me da igual, salí encantado de allí e incluso no me importaría repetir en una futura nueva visita.
Tras salir del museo y dar un breve paseo por el parque Inokashira, volvimos al centro de Tokio, para reunirnos con un amigo mío, David Morales. Si habéis leído el libro Soñar con Japón el nombre os sonará mucho, ya que es uno de los autores del mismo (en colaboración con varios nombres muy conocidos dentro del mundillo "japo" en España como David Esteban "Flapy", Alejandro Cremades "Pepino" o Héctor García "Kirai").
David actualmente reside con su mujer Meo en el barrio tokiota de Nakano, y aquella tarde la pasamos en su compañía; nos llevaron a comer shabu-shabu (y además tuvieron el detallazo de invitarnos), luego fuimos a visitar varias tiendas de la zona, entre ellas la Mandarake (no compré nada, ¡argh!) , estuvimos merendando en una cafetería cerca de su casa (¡qué arte tienen los japoneses con la pastelería!), y finalmente estuvimos dando un paseo por los alrededores, estuvimos en su casa y hasta pudimos pasar un rato disfrutando del alegre, ruidoso y colorido matsuri local.
¡A la rica merienda!
Cartel en Mandarake, de la película "Capitán Harlock"
Danzas en el matsuri de Nakano
(A ver si luego me acuerdo de actualizar el post con algún vídeo de los varios que tomé del matsuri, que es un espectáculo verdaderamente vistoso que en fotos pierde mucho, merece mucho la pena contemplarlo en movimiento)
Ambos anfitriones en todo momento se mostraron extremadamente amables y acogedores, como era de esperar de alguien como David, a quien tengo el placer de conocer desde hace ya bastante tiempo y fue una alegría muy grande volver a verle después de varios años. Y lo mismo puedo decir de Meo, a quien no conocía aún y que me dejó una estupenda impresión (si leeis esto, ¡espero que haya ocasión de volver a vernos pronto, ya sea en Japón o aquí en España! ^_^)
¡Sushi powah!
Una vez despedidos de David y Meo y ya de vuelta en el hotel, nos cenamos entre los dos una bandeja de sushi de salmón, caballa y atún que compramos mientras dábamos vueltas por un supermercado de Nakano. Concretamente la enorme y bien surtida bandeja que podéis ver en la foto, que nos salió por 600 yenes de nada, (algo menos de 5 euros al cambio de hoy, vamos, ni punto de comparación con las clavadas que nos pegan aquí muchas veces por raciones que no son ni la mitad de esto)...
Y una vez bien cenados, a dormir, que estábamos ya bastante cansados del ajetreo de la jornada, y el día siguiente tocaba empezar con la etapa más movidita del viaje: ¡las excursiones!
Próxima entrega: Nikkô y Kamakura